Os odio. Os detesto. No os podeis imaginar la rabia que siento dentro y que no puedo expresar en palabras. Hoy habeis conseguido algo que nunca antes habíais conseguido por mucho esfuerzo que hubieseis puesto.
Hoy habeis conseguido que tenga tanto odio, tanto desprecio, tanto rabia en mi anterior como para conseguir que os desee la muerte. Yo, que he rechazado la violencia toda la vida, que nunca he creido en la pena de muerte, yo, que he defendido la postura de meteros en la cárcel hasta que os pudrais incluso cuando la cosa me ha tocado de cerca, hoy he deseado que murierais todos. Lenta, agónicamente. He soñado con torturas y agonías que jamás pensé que pudiera pensar y os he visto morir. Una y otra vez, de manera cruel. Sí, lo reconozco, durante unas horas me he convertido en una de los vuestros, en la cosa que más abomino en este mundo, en alguien que cree en la muerte como medio. Y por eso os odio. Por hacerme sentir así, por haber sesgado la vida de 186 personas según el último recuento y haber marcado la de miles, sino millones más. Realmente, si existiese un Dios os habría de fulminar inmediatamente para que los demás, aquellos que no creemos en la muerte no nos tuvieramos que manchar las manos, el alma y la conciencia. Si existe un Satán os habría de inventar un Infierno sólo para vosotros y los de vuestra calaña.
Pero no hay Dios, no hay ningún Belcebú y, sobretodo, no hay justicia. La justicia nunca os toca a vosotros, no. Vosotros impartís vuestra venganza contra lo que sea y quedais libres de cargo y de conciencia. Vosotros matais, mutilais y herís, nosotros somos los que lloramos. Ojalá murierais todos... Me detesto a mí mismo por desearlo, pero ojalá murierais ahora mismo.