5 de Agosto 2004

Algo que contar (I)

Voy a narraros hoy una historia de lo que el amor, el sexo, la confianza, la amistad, la traición, el dolor y la mentira pueden llegar a dar de sí. Esta historia, como prácticamente todas las que explico en este blog es totalmente verídica. Es larga, muy larga y narra las vicisitudes que pasé en una relación sentimental. Os pido paciencia a todos aquellos que empeceis a leerla, puede ser que aprendais alguna cosa. Ojalá yo la hubiera leído antes de que me pasara. Es, probablemente, la historia más personal que escribiré aquí y la que más fácilmente me delata como quien soy. Es clarísimo que cualquier persona que me conozca un mínimo sabrá reconocer la historia y sabrá quien soy, lo cual no era mi intención al empezar este blog pero creo que merece ser contada.

El principio, como cualquier buena historia y esta es buena de verdad, se situa hace unos cuantos años y no presagia nada de lo que iba a acabar pasando. Pongamos que es el año 1999. Yo, por aquel entonces, era un camarero que trabajaba en un sitio de bastante éxito y, por tanto, ganaba bastante dinero para permitir ciertos lujos. El único lujo que no podía permitirme era el de tener relaciones sentimentales con nadie. Hacía cuatro años de la última (y primera) y aún no había superado las secuelas. Un buen día conocí a un chaval que sentía pasión por la informática, igual que yo. Yo me acababa de comprar mi primer ordenador pagado por mí y estaba empezando a recuperar mis habilidades que se habían atrofiado con los años. Él, un auténtico crack, estaba muy por encima mío en conocimientos y regentaba una tienda en la cual vendía hardware, software y, sobretodo, desarrollaba su pasión más grande, el Linux. A mí me atraía el mundo Linux pero jamás había tenido contacto con él. Así que hicimos buenas migas. Durante bastante tiempo nos fuimos viendo en su tienda o en mi bar y hablabamos mucho. Yo aprendí muchas cosas de él y cada vez estaba más tiempo a su lado.
Un día conocí a la que era su novia. Resulta que ella también era informática y trabajaba en una empresa. Desde el primer momento nuestra relación fue muy cordial, muy alegre. Fue más o menos por la época cuando ellos se fueron a vivir juntos. Vivían en una casa bastante grande y había mucho espacio para ordenadores y cosas. Muchos días los pasaba allí y alguna noche llegué a dormirme en una de las camas que sobraban.
Yo nunca me había fijado en ella. Más bien gordita, guapa de cara, muy simpática y habladora era, simplemente, la novia de un amigo. Pero, por lo visto, el sentimiento no era mutuo. Un día, después de comer juntos, me encontraba bastante mal y en la trastienda del negocio me tiré al suelo a ver si se me pasaba. Tendido en la moqueta sentí como ella se tiraba encima mío y me susurraba al oído si me encontraba mejor.
En aquel momento comencé a sentir punzadas de culpabilidad sin saber muy bien por qué. Yo no había hecho nada para atraer su atención y era la novia de uno de mis amigos. Me ayudó a levantarme y me cogió de la mano para llevarme a una máquina. Recuerdo que no soltó mi mano y que nos quedamos así hasta que se abrió la puerta de golpe y nos soltamos de igual manera. Era obvio que ambos nos sentíamos mal por lo que estaba pasando.
Desde aquel momento ella aprovechaba cualquier momento para abrazarme. En cuanto no estaba él presente ella aprovechaba para estrecharme en sus brazos y yo cada vez me sentía peor. Mi cuerpo, víctima de las sensaciones, reaccionaba violentamente a los ataques que ella hacía. Puedo recordar más de una vez que ella tuvo que notar mi tremenda erección cuando frotaba sus enormes pechos contra mí pero ella parecía ignorar este hecho. Alguna vez me preguntó qué pasaba y yo no sabía qué responderle. Mi intención no era tener nada con ella pero me sentía agusto entre sus brazos y eso no me lo podía negar. Pero tenía la sensación de estar faltandole al respeto a su novio. Me preguntó si lo pasaba mal y le dije la verdad, que si. Que mi cuerpo y mi mente no iban juntos y que yo podía controlar lo que pensaba y lo que hacía pero no lo que sentía y que la atracción física me estaba matando. Entonces ella me confesó que ella tenía justo el problema contrario. Que no necesitaba tocarme o abrazarme para sentir nada. Que me quería desde hacía tiempo y que cada vez era más fuerte.

Me quedé anonadado. No esperaba esa confesión de ella. Me opuse a que pensara eso, le dije que no podía ser, que no le iba a hacer eso a su novio. Ella me decía que no quería hacerle daño tampoco pero que se había enamorado de mí irremisiblemente y que no sabía vivir sin mí.
Me marché, no quería encontrarme en esa situación ya que era consciente de mis debilidades y no quería tenerla cerca ya que con sólo rozarme ya me costaba controlar mis impulsos. Medité sobre ello y decidí hacer lo correcto, no interferir más en su relación y pasar a un discreto segundo plano donde no molestara tanto.

El problema radicaba, principalmente, en que yo era una persona pública, un camarero y que había estrechado los lazos con ellos tanto que me era imposible rehuir sin levantar sospechas. Venían a verme al bar y yo tenía que seguir viendolos a ellos. Notaba las miradas de ella y me encendía brutalmente. No quería estar allí.

Finalmente, un buen día, ella me llamó e insistió en verme. Al cabo de un rato de negarme con excusas baratas accedí. Se presentó y nos pusimos a andar en dirección a mi casa. Yo tenía poco más de media hora antes de irme a trabajar así que le metí prisa en decirme lo que tuviera que decirme.
Me volvió a contar lo que sentía por mí y yo volví a replicarle con lo mismo. Insistió una y otra vez intentando convencerme pero yo era duro y me negaba. Llegados ya a la puerta de mi casa nos detuvimos un momento en el portal. Dije que me iba ya y entonces soltó la bomba. Me dijo que me quería tanto que no podía seguir con su novio dijera yo lo que dijera. Y, dado que yo tenía tan clara mi respuesta, había tomado la decisión de irse a vivir con su padre a Sudamérica.

Algo hizo crack dentro de mí. No esperaba eso. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que pudiera dejarlo todo y largarse sólo por no poder tenerme y eso me destrozó. Le toqué la cara y se la levanté y pude verle llorar. Y ya no pude más, me rendí al sentimiento y le besé en los labios mientras nos volviamos a abrazar.

Escrito por Anakinet a las 5 de Agosto 2004 a las 05:06 PM
Comentarios

Estas cosas te dejan muy tocado. Y te hacen pensar. En segundo de carrera me pillé a lo bestia por una chica (que resultó estar líada con un profesor, aunque me enteré mucho después). Para mí no existía otra chica en el universo. Un día descubro que una de sus amigas, una rubita impresinantemente preciosa, me miraba sin parar con ojos tristes. Finalmente, esta chica me confesó que se había enamorado y no podía vivir sin mí. Esto me descolocó. Yo amaba a una chica que pasaba de mi culo y su mejor amiga (que era espectacular) estaba tiernamente coldad por mí. Me sentía tremendamente culpable cada vez que esta chica (la rubita) me sorprendía mirando a su amiga. Y no dejaba de preguntarme por qué no me había enamorado de ella en lugar de la otra. Al final perdí a las dos. Nunca me perdonaré el daño que hice a esta chica. Y nunca entenderé por qué en el amor las cosas no son nunca fáciles y tendemos equivocarnos de persona.
Las mujeres son criaturas maravillosas...

Escrito por Juato a las 6 de Agosto 2004 a las 12:45 PM
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