Me vas a tener que perdonar, Penélope. De veras que lo siento. No sé si algún día leerás esto que estoy escribiendo ni si serías capaz de entenderlo. Pero te aseguro que lo siento.
No sé todavía cuando ni por qué te fijaste en mí. En medio de aquella multitud danzante y sudorosa debía haber alguien más guapo que yo. Puede. No lo se. Esas cosas son a criterio de cada uno.
Yo sí que sé por qué me fijé en tí. Porque eras la cosa más bella que había visto nunca, porque llenabas mi imago como la cera que se vierte en el molde. Bailando con tus amigas en medio de una pista cualquiera, sin preocuparte de nada más, magnífica, distante. Una doncella de hielo y azabache alrededor de quien orbitaban todos.
Ya sé que no me debía haber fijado en tí. Que tengo tendencia a ponerme listones demasiado altos y que luego todo son decepciones y dolores de cabeza y corazón. Pero soy así, enamoradizo e inseguro...
Me acerqué bailando a mi aire, sabedor de que una diosa como tú jamás posaría sus hermosos ojos en un mortal cualquiera como yo. Me intenté divertir, bailar, reir, disfrutar de la buena compañía que tenía y, casi, por un momento, logré olvidarte. No duró mucho, de todas maneras. Te pusiste a bailar delante mío con tus contoneos sensuales y desbocando mi pobre corazón. Y yo no quise verlo. Me era más sencillo creer en la casualidad de que tu movimiento errático te hubiera llevado allí que pensar que pudieras estar buscandome.
Erré, como siempre suelo hacer en los temas de corazón y de deseo. Cuando tu amiga me pidió permiso para presentarnos creí que todo era un cruel broma, que os estabais riendo de mí. Pero no era así.
Penélope. Tu nombre llenaba un hueco que tu figura había dejado en mi memoria. Hasta eso era precioso en tí. Lo paladeé, lo pronuncié en voz baja para degustarlo un poco más e intenté seguir la rutina presupuesta. Me incliné hacia tí y me dispuse a darte dos besos. Pero no llegué a tiempo de hacerlo sin antes mirarte a los ojos y verlo. Ver un sentimiento de deseo que me desarboló, que me redujo a una masa informe y palpitante incapaz de nada. Te di los besos temblando. Intercambié dos o tres frases insustanciales que ni tan siquiera logro recordar ya que estaba hechizado por tus ojos... Nunca me he sentido tan indefenso ante nadie. Intenté recuperar el control y decirte que había soñado contigo cada noche de mi vida y que era feliz por haberte encontrado. Quería decirte que por fin mi Ella tenía rostro y una sonrisa preciosa, que lo que más quería en este mucho era besarte y abrazarte allí mismo. Pero no lo hice. No conseguí decir nada coherente y al final te marchaste. No sé si te fuiste decepcionada, dolida o confusa. No sé entenderás qué es lo que me pasó, pero te aseguro que si yo te gusté, no fue en balde. Tú me gustaste más de lo que nadie lo había hecho jamás. Por eso no pude hablarte. Y, si alguna vez lees esto, quiero que sepas que volveré a intentarlo. Que te seguiré buscando cada noche allá donde vaya, para poder sacar valor y decirte todo esto que ahora escribo. Lo juro.