4 de Febrero 2005
Dreaming my dreams...
Anoche tuve un sueño. Extraño, muy extraño. Agradable, muy agradable. Pero sobretodo raro.
Y es que anoche, no se muy bien por qué, dormí 14 horas del tirón. Supongo que tuve fiebre porque hoy me dolía hasta la gomilla de los gallumbos. Y tuve un par de sueños. Curiosos, incómodos, delirantes.
En el primero de ellos yo me convertía en un empresario de notable éxito, con muchísimo dinero y con la vida más que arreglada. Sólo tenía una cosa pendiente y, ríanse, ésta era que no me podía leer los libros de Terry Pratchett porque no estaban traducidos aún al castellano.
Pero mi afán de lectura no acababa ahí. Consideraba extremadamente injusto el trato que el Maestro había recibido en nuestra lengua y me sentía tremendamente ofendido por ello. Y, ¿qué pasa cuando alguien con mucho dinerito se enfada por algo? Pues que hace todo lo que puede por quitarse en enfado. Lo lógico hubiera sido cambiar la situación actual con una buena inversión de pasta pero, ¡qué cojones!, tenía muchísima pasta y me liaba en una cruzada para cambiar, no el panorama editorial actual, no, sino la misma Historia.
Así que invertía un montonazo de pasta en la creación de una máquina del tiempo que bautizaba como "Máquina del Tiempo" bajo el secretísimo proyecto Alans Parsons Project (sí, he visto demasiadas veces Austin Powers).
Una vez conseguida la susodicha máquina del tiempo, con aspecto de engendro mecánico sacado de una mala copia del Top Manta de Sky Captain and the world of tomorrow cruzado con La Mosca, me lanzaba a la aventura. Retrocedía 20 años atrás y me plantaba en Inglaterra. Conocía al Maestro en sus inicios y, sentados en un pub con un par de pintas de Guinness, le sacaba una promesa escrita en una servilleta de cederme por una buena pasta los derechos de las ediciones en español de todas sus obras. Él, contento, se podía dedicar a escribir tranquilamente con la pasta que yo le había dado y yo tenía la primera parte de mi plan cumplida. Siguiente destino: Castellón, año 1993.
Allí, disfrazado hábilmente de heavy, me colaba en un concierto de Extremoduro y entablaba una conversación con un chaval de nombre Manu Viciano y le convencía para que se pusiera las pilas con el Inglés, que en el futuro le iba a hacer falta. Compartiendo un par de porros nos hacíamos colegas y le sacaba la promesa de currar para mí en el futuro como traductor de la obra de Pratchett. Y le instaba a relacionarse con un individuo apodado Lord Vetinari que habría de serle muy útil en el futuro. Segunda parte cumplida.
Entonces, atando cabos, fundaba un editorial llamada SEPA (Soy el puto amo), que tenía todos los derechos de la obra de Pratchett en español, contrataba a Manu y a Veti en el pasado gracias a mi máquina y TODA la obra de Pratchett estaba en español desde siempre, la Muerte nunca habló en minúsculas y Howandalandia nunca existió.
También soñé que le echaba un polvo a mi ex, pero el orgasmo del anterior fue más fuerte... ;-)
3 de Febrero 2005
Cosas que me molestan...
Hay, por encima de casi casi todo, una cosa en esta vida que no soporto. Realmente me cuesta refrenar mis impulsos violentos cuando me encuentro en una de las situaciones que luego mencionaré. Hago titánicos esfuerzos para no entrar en cólera y arrasar con cuanta cosa se me ponga por delante.
Y es que, amigos míos, no hay nada más enervante (ateniendonos a la nueva definición de la RAE, i.e. ponerme de los nervios) que la mala educación (no, no me refiero a la pelicula de Almodóvar, ni tan siquiera la he visto).
Y es que cuesta creer que a las alturas del siglo XXI en el que estamos aún haya gente que no cuide ni un poco sus modales pasivos. Porque la mayor parte de las demostraciones de mala educación se hacen precisamente por una ausencia de vergüenza al realizar muchas acciones sin tener en cuenta a tus prójimos a los que, por desgracia, les ha tocado pasar determinado tiempo a tu lado, le guste o no. Porque la mala educación pasa también por ahí, señores. Evidentemente hay otro tipo de mala educación más directa o activa, que son aquellos actos considerados soeces o indecuados por tu interlocutor, que son aún más encabronadores, pero al menos te queda el derecho a réplica.
Ültimamente he recibido una buena dosis de ambas y qué decir tiene que estoy bastante mosqueado y a punto de soltar la derecha en la cara de cualquier transeunte que no tenga en cuenta que yo también comparto ese espacio y que, por tanto, también tengo mis derechos. Sin ir más lejos ayer tuve la gran fortuna de cruzarme con un grupo de quinceañeras (tirando por lo alto) por el centro de mi ciudad que andaban pregonando lo mucho que les gustaría haber nacido gitanas a los cuatro vientos como si fueran Cindy Lauper cantando "Girls just wanna have fun" mientras yo esperaba fuera de una tienda a que una amiga saliera. Eso, por si mismo, ya me suele cabrear porque me parece una falta de respeto el ir cantando por la calle cuando hay gente que te puede escuchar. Pero si además estás enfrascado en la lectura de "Eric" entonces la cosa ya toma tintes sanguinolientos. No lograba concentrarme por más que lo intentaba. Incluso me puse el reproductor de MP3 a toda castaña con el último de Lacuna Coil pero era imposible, aquellas voces jóvenes tenían mucha potencia (que no control) y no podía ni oir a Cristina Scabbia ni leer a Pratchett. Pero como ya conozco las reacciones de estos grupos de gente cuando les llamas la atención decidí pasar, esperar los minutos que faltaban para que saliera mi amiga fumando y aguantando la respiración para hacer presión interna en mis oidos y amortiguar los berridos inconscientes de aquella piara.
Pero es que la mala educación no es potestad de los niños, no os vayais a creer. Estando en la parada del autobús hace una semanita, más o menos, llegó una mujer de unos cincuenta y muchos, extranjera (probablemente suramericana) con un carrito de niño (niño included). Y, como la mujer no tenía nada que hacer, se dedicó a leer los carteles que había en la parada... EN VOZ ALTA. Y cuando digo alta estoy utilizando un eufemismo, que conste, porque lo hacía a voz en grito. Y, no contenta con eso, con esa demostración palpante de mala educación, se dedicó a sacar defectos a la ortografía de una chica que se ofrecía como au pair. Debo de reconocer que, efectivamente, el cartel tenía unos cuantos errores y que la chica en cuestión afirmaba ser licenciada en derecho con lo que era un poco incongruente pero eso no me animó a mí a recitar sus errores en voz alta a una audiencia que, más que dispuesta estaba lanzandole miradas salvajes de total desaprobación. Porque yo estaba escuchando Dream Theater, yo estaba leyendo The Sandman y yo ya estaba suficientemente entrenido sin su ayuda. De hecho su ayuda impedía que yo pudiera hacer precisamente lo que quería hacer. Pero no hubo nada que hacer, hasta que no llegó el bus no paró. Al subirme, por cierto, otro maleducado, otro imbécil pues no merece otro calificativo, me hizo una jugarreta bastante jodiente. Metí mi bonobus en la ranura indicada a tal efecto y, cuando la iba a sacar, el muy inepto me dió un golpe en la mano al intentar meter la suya cuando yo aún no había sacado la mano. Con el resultado de que me picó dos veces. Y yo, furibundo ya, me giré a mirarle y el tío estaba con los cascos puestos, los ojos cerrados y bailando... A la mierda...
Y por último y no por ello menos importante, una demostración de mala educación, mala leche e inconsciencia. El martes tuve que ir a Barcelona por temas de trabajo (vale, y a comer sushi). Estuve allí toda la mañana y parte de la tarde. A las 6 de la tarde volvía para casa en tren cuando, parado en una estación, me pasó lo siguiente. Yo estaba sentado en uno de los asientos al lado de las puertas automáticas y el tren ya pitaba señalando el cierre. Fuera, en el andén, pasaba un grupo de chavales de unos 17 años, morlocks todos ellos (gracias por el palabro :-) ) que hablaban a gritos entre ellos. Yo, como iba con mis eternos cascos, ni me enteraba. Pero uno de ellos, sintiendose el machito del grupo o algo así, metió la mano en el vagón donde estaba yo e hizo el gesto de pegarme. Inmediatamente se cerraron las puertas y el tren arrancó. Pude ver cómo él y sus amigotes se chocaban las manos entre risas mientras el tren abandonaba el andén.
A ver, por partes. Si no se hubieran estado cerrando las puertas jamás hubiera hecho eso. Porque no tienen huevos. Porque le arranco la cabeza a él y al resto de infraseres que le acompañaban con el consiguiente alivio para sus propias madres y seres cuerdos de la sociedad. Si yo llego a estar un poco más despierto y no con la modorra propia de un viaje de media hora en tren hubiera tenido tiempo suficiente para cogerle la mano y esperar a que se cerraran las puertas. Hubiera echado una buenas risas. Pero no, no tuve tiempo por lo anteriormente indicado y me quedé fustrado. Fustrado por no poder impartir el justo castigo que se merecían y porque no se puede hacer gran cosa más. Esta gente desconoce lo que es la educación en estado puro, es decir, un buen par de ostias a tiempo. Porque yo no creo en la violencia pero reconozco que las dos ostias que a mí sí me dieron en su día han hecho de mí alguien mejor. Porque hoy en día ya no hay respeto a nadie ni a nada. El temor a esa ostia que en mi caso llegó te mantiene alerta. Y aprendes. Porque cuando no hay temor a represalia, ¿qué te detiene? Castigos y tal no tienen función educadora porque si no los cumples tampoco te pasa nada. Pero ESE temor a la violencia física sí que te detiene. Y una ostia en toda una vida no me parece excesivo si es el precio a pagar por ser una persona mejor. O una persona, en según qué casos.
Que sí, que parezco un yayo, ya lo sé. Pero es que las cosas están tomando unos tintes trágicos, os lo juro. Yo, que vivo en una ciudad de maleducados, os aseguro que guardaba todas esas ostias no dadas en un saco para repartirlas en la puerta del instituto que tengo enfrente. Y me quedaría de un agusto...
2 de Febrero 2005
Mola :-)
Moooolaaaaa... :-)
Lo encontrareis aqui: http://atom.smasher.org/error/